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domingo, 10 de julio de 2011

B-H-B Columbarios para los ausentes


B-H-B- 216, Columbarios Alba

La vida es cambio
La muerte nos acompaña permanentemente, es un hecho insoslayable. Para vivir estamos sometidos a un proceso de intercambio de materia con el contexto, obligados a morir y nacer permanentemente, siempre estamos en estado de cambio y transformación. Mentalmente también sucede lo mismo, nos encontramos entre las turbulencias de los sentidos y las conjeturas de la razón, nunca somos igual que ayer ni hacemos las misma valoraciones, siempre estamos sometidos a situaciones cambiantes. Podemos afirmar con convicción experimentada que también estamos en proceso, nuestro cuerpo tiene una cita con la muerte cada día.

Mortales e inmortales
Quedamos prendidos en aquello que hacemos, confundidos en el contexto que vivimos y, al final, nos vemos como materia animada en un proceso de reciclado permanente. La vida consciente es el latido del ser, tras la muerte quedamos apagados, pero como materia que ha estado siempre activa permanecemos eternamente encendidos… ¡Somos materia inmortal, es fantástico!
Si hacemos una proyección visionaria, alucinada, “revelada”, estéticamente podemos ver ese espacio, sentirlo y pensarlo como el edén soñado. Es el alba eterna que se expresa en el concepto de la obra. En ella quedamos disueltos tras una mancha oscura y a la vez deslumbrados entre partículas! Todo se ha devenido en materia, ahí culminamos una obra fundamental en el proceso leve de la vida.
Ella nos ha ofrecido unos instantes para pensarnos, para vernos, reproducirnos y sentirnos, ¡pienso que podemos estar satisfechos!

Su rostro
La funesta presencia del silencio mortal, la quietud añil ceniza del rostro, la falta de respuesta, la oscuridad luminosa que destilan los ojos, es la imagen de un estado nuevo, irreversible y a la vez transitorio. De hecho no ha pasado nada que no estuviera pasando ya. Es una imagen potente, sobrecogedora, pero pienso que no ha de espantarnos, esta es una verdad redentora.
No obstante lo que acabo de anotar, no me canso de susurrar, ¡hay que luchar para estar vivo, hay que cantar hasta quedar dormidos!
Pienso que no hay más cielo que este cielo que me envuelve y bajo el quiero aguantar lo más posible.
Sólo el pensarlo me estremece y emociona.

Tratamiento de la muerte
A la muerte hay que darle un lugar con la dignidad que se merece, No es honroso ser ostentosos en la vida y escamotear, ocultar la muerte tras los riscos de la montaña o entre las olas del mar. No debemos hablar por la boca del difunto y argumentar que aquel risco, aquella ensenada, los batientes de la montaña o los estribos del mar eran los lugares que él deseaba en vida, por tanto aquellos lugares son un palco para contemplar la eternidad. El difunto no le quedan ojos para mirar, solo tiene un nombre y unos recuerdos fundidos entre los demás: memoria que se responsabiliza de sus acciones. No hay balcones del cielo para mirar el trasiego de los días como si se tratase de una obra de teatro interminable. 
Pienso que no podemos contaminar los campos, las montañas y el mar, sembrando simbólicamente el suelo de cadáveres. Hay que tener presente que tras la muerte no hay paisajes; no se necesita ni un lecho mullido, ni ángeles de compañía, ni tesoros para el más allá, ni una mansión ostentosa. Sólo se necesita un lugar para guardar la memoria para los vivos, un lugar acorde con su dignidad humana y eso se puede hacer de manera colectiva, significando la particularidad y acotando el ser con una sola palabra.
Tirar las cenizas al viento o al mar no es un acto ecológico, es un acto irresponsable. La cenizas, se coloquen allí donde se quieran colocar, siempre irán al río inmenso de la materia.
No hace falta hacer nada, todo nos lleva al mismo camino, al eterno lecho de la luz y las tinieblas. Es cuestión de tiempo y todos nos encontremos allí, en las simas marinas o quizá entre cuantos luminosos.